Contar la vida, dibujar la palabra

Chamaquili es un personaje creado por Alexis Díaz Pimienta, escritor, poeta, dramaturgo y repentista cubano (n. La Habana, 1966). Hacer de la poesía un juego. Esgrimir ingenio para aventar flores, pero al vuelo. Alexis hace de la poesía algo entretenido, pero sin ser superfluo. Su poderío imaginativo es capaz, a la manera de ese cuento de Borges, de reescribir El Quijote, pero en verso. Aunque su ingenio no para ahí. En Cuba, Chamaquili es un héroe de historietas, un niño que ya acusa la inteligencia del poeta, el poeta se recrea en su personaje niño y el niño se vuelve diáspora de la vida y de sus dichos. Si sustituimos la q por la k, instantáneamente se nahuatliza, un chamaco chamacalea con libertad y ésa es nuestra apuesta: Chamakili.

¿Cómo hace un niño para odiar la escritura? ¿Qué hacemos mal? Si el niño juega, se divierte y así se entrena, dando saltos y tumbos sobre sus propias decisiones. Ésa es nuestra premisa, no decimos cómo se escribe, preguntamos cómo lo escribes tú.

La creación literaria es el objetivo de este taller que hemos desarrollado —y de cuyo rastro hay una guía— y puesto en marcha con la complicidad del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe). Este taller es un canto libertario; más que la letra nos interesa la vida, más que la ortografía nos interesa la realidad que devela la forma de escritura, pero, por sobre todas las cosas, nos interesa luchar contra el estigma, contra el prejuicio discriminatorio que asegura que las lenguas indígenas no se escriben.

Ahora que, en positivo, nos interesa trabajar para que una niña y un niño, a quienes la discriminación lingüística les ha dicho que sus lenguas no tienen mayor valía, se sientan orgullosos de blandir una bandera que es herramienta que lucha contra la carrera del olvido, olvido al que sus madres y sus padres fueron expuestos. Cantar al mundo, dibujar la vida, nombrar la vida, cantarle al mundo, dibujarlo, nombrarlo, curarlo: ponerle nombre a una casa con la piedra y con la tierra con que se le construye, hacer de la palabra escrita una inscripción en el tiempo y bautizarlo, dibujar un jardín con flores, como en la peste del olvido de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, poner en papel el dibujo que describe el objeto que nombra; la escritura es, pues, un instrumento más para la memoria.

De eso va y a eso vamos. Chamakili es un taller, sí; es un método también, pero, sobre todo, es un espacio de experimentación en la lengua de aquel, de aquella que se interna en el mundo de la libertad que promete, consigna y designa, un juego para perderse y así encontrarse. Se cambia la k por la q, se castellaniza, se nahuatliza.

No es la escritura ni sus reglas el corazón de Chamakili, sino el juego que le permite una suerte de alebrije combinado con pintura cubista pero disfrazado de nahual.

Mardonio Carballo